Tomar el tren de carga. Linyera con Cruz de Hierro. Personajes de John Dos Passos. Influencia de un vagabundo que fue comandante de un destructor alemán durante la Batalla de Jutlandia, y que guardaba como gran tesoro una Cruz de Hierro. Los linyeras (se llamaban “crotos” por el nombre de un gobernador bonaerense que los autorizó a trasladarse en trenes de carga).
Tomar el tren de carga
La vida de un aventurero puede tener un comienzo diverso, no siempre heroico ni ra-cional. En este mes de enero se cumplieron cincuenta y dos años de mi primera aventura, y quiero contar cómo empecé –siendo apenas un muchacho de barrio, sin mayores recursos económicos-- la larga serie de experiencias que ahora forman mi bagaje aventurero.
A mis diecinueve años, recién egresado del ciclo medio de un Industrial de Aviación, yo comencé a trabajar como mecánico de mantenimiento en una fábrica de caños y accesorios de fibrocemento –aún no se había descubierto que el amianto era muy cancerígeno—y allí hice mis primeras armas en la lucha sindical, que pronto abandoné. La cosa era conseguir un salario, ya que por entonces era difícil obtenerlo antes de cumplir con el servicio militar.
Dentro del pequeño mundo de esa fábrica conocí a un grupo de personajes extraordinarios, pero entonces me hice amigo de Jaime Prats, otro mecánico de 24 años a quien pronto admiré pese a su desgarbada pinta de Cantinflas y a sus esporádicas borracheras. Era muy inteligente y sensible, ávido de libros y pletórico de fantasías.
Esa fábrica estaba situada en las afueras de Haedo y al costado de una vía ferroviaria por la que circulaban uno o dos trenes de carga por día. En anchos zanjones que orillaban la vía acampaban linyeras, algunos de los cuales después seguían viaje trepándose a los lentos convoyes.
Linyera con Cruz de Hierro
Nuestro trabajo nos permitía a Jaime y a mí muchos ratos libres, en los que charlábamos y nos intercambiábamos sueños e ilusiones. Una mañana nos escabullimos hasta la vía y hablamos con un viejo que se había hecho una cubierta provisoria con unas chapas y cartones. Nos llamó la atención su actitud, digna y casi elegante, mientras cocinaba un potaje de hierbas y yuyos. Reticente al principio, cuando comprobó que nuestro interés era respetuoso y no mera curiosidad, contestó a nuestras preguntas con un lenguaje culto en el que evidenciaba su origen alemán.
Nos contó que era vegetariano y que hacía años recorría nuestro país, a veces hacien-do unas changas pero la más de las ocasiones largándose hacia cualquier rumbo, prefe-rentemente las sierras de Tandil y de la Ventana. Correspondiendo a nuestras preguntas sobre su itinerario y origen, cuando ya sintió algo más de confianza en nosotros extrajo de sus ropas un gran sobre de cuero en el que guardaba papeles y documentos.
Nos sorprendió cuando explicó que había participado en la Primera Guerra Mundial como capitán de un destructor alemán, protagonizando hechos que lo hicieron meritorio de la Cruz de Hierro, pero la decepción por el destino de Alemania lo había instado a abandonar todo y lanzarse a peregrinar como un ermitaño. Nos contó que había partici-pado en la batalla de Jutlandia. pero cuando la flota se rindió y fue internada en la base inglesa de Scapa Flow los capitanes abrieron las válvulas de sus buques y los hundieron, para no afrontar la indignidad de la rendición.
Cuando nos despedíamos, el viejo extrajo su joya más preciada. Era una Cruz de Hie-rro con bordes plateados y una larga cinta blanca y negra.
El viejo linyera era vegetariano y contó que en la Primera Guerra Mundial (1914-18) había sido comandante de un destructor. Nos mostró una Cruz de Hierro, su tesoro más preciado.
La Batalla de Jutlandia
La Batalla de Jutlandia fue la mayor batalla naval de la historia hasta la Batalla del Golfo de Leyte en 1944, por cantidad y calidad de barcos, con una diferencia, fue el mayor enfrentamiento artillero naval de la historia.
Mayo-Junio 1916- La batalla de Jutlandia (o Ska-gerrak) fue la mayor batalla naval desde la de Ecnomo en 256 aC. Nunca desde entonces se han enfrentado tantas naves y tantos hombres… para nada. Ante la superioridad naval británica, la flota alemana había eludido durante largo tiempo el combate y permaneció en sus puertos. El ascenso al mando de su flota del almirante Reinhardt von Scheer, más agresivo que su antecesor, propició que por primera vez la flota alemana saliera al Mar del Norte. La batalla duró dos días y técnicamente no hubo un vencedor. Los británicos perdieron 14 barcos, con 6.100 bajas, y los alemanes perdieron 11, con 2.500 bajas.
Pese al resultado relativamente favorable a Alemania, la flota germana no volvió a desafiar durante el resto del conflicto a la Gran Flota británica, permitiendo que esta continuara con su dominio del Mar del Norte. Los alemanes pusieron desde allí todas sus esperanzas en la guerra submarina.
La Cruz de Hierro
Al igual que el resto de las Cruces de Hierro de Segunda Clase, está formada por 3 piezas, 2 externas de plata alemana soldadas entre sí que sujetan el núcleo de hierro semimate. Si bien tiene las mismas dimensiones que la de 1939 (44x44 mm), cada lado tiene 2 mm menos de grosor que la de 1939. En la parte frontal aparecen, en orden descendente, la corona imperial, la letra W (en honor al Kaiser Wilhelm II) y la fecha de su instauracion, 1914. En su parte posterior aparecen, en orden descendente, la corona imperial, las letras FW (en honor al Kaiser Friedrich Wilhelm III), las hojas de roble, y la fecha de su instauracion (1813). La Cruz lleva una banda de color blanco y negro, colores representativos de la Alemania de la Primera Guerra Mundial.
Foto:Cruces de Hierro de 2da Clase 1813 y 1914,
de la colección de Pedro Cortés - Munich
Personajes de John Dos Passos
Con Jaime nos decidimos, estimulados por la lectura de “Manhattan Transfer” de John Dos Passos.. Un día próximo, aún sin definir el plazo, nos lanzaríamos a tomar un tren de carga, para correr aventuras como ese viejo alemán.
Los linyeras de esa playa ferroviaria de Haedo abordaban trenes de carga para viajar por todo el país. Los autorizaba la lla-mada “ley Crotto” por el nombre de un gobernador bonaerense
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No lo hicimos. Pasó el tiempo y las circunstancias nos separaron. Cuatro años después, una noche me encontré con Jaime en la estación Liniers del Ferrocarril Sarmiento. Apenas cruzamos unas palabras, porque él estaba con su mujer y sus suegros y yo tomaba un tren en sentido contrario. Yo había realizado ya dos viajes aventurados hacia la Quebrada de Humahuaca y navegado el río Paraná en una balsa, desde Iguazú hasta Buenos Aires.
Suspiró largamente y me abrazó, antes de subir al tren de pasajeros.
--Pichón (así me llamaba), vos sí que alcanzaste a tomar el tren de carga…
Nunca más lo ví, pero sigo recordando sus gestos pausados y su mirada melancólica.
Tomar el tren de carga
La vida de un aventurero puede tener un comienzo diverso, no siempre heroico ni ra-cional. En este mes de enero se cumplieron cincuenta y dos años de mi primera aventura, y quiero contar cómo empecé –siendo apenas un muchacho de barrio, sin mayores recursos económicos-- la larga serie de experiencias que ahora forman mi bagaje aventurero.
A mis diecinueve años, recién egresado del ciclo medio de un Industrial de Aviación, yo comencé a trabajar como mecánico de mantenimiento en una fábrica de caños y accesorios de fibrocemento –aún no se había descubierto que el amianto era muy cancerígeno—y allí hice mis primeras armas en la lucha sindical, que pronto abandoné. La cosa era conseguir un salario, ya que por entonces era difícil obtenerlo antes de cumplir con el servicio militar.
Dentro del pequeño mundo de esa fábrica conocí a un grupo de personajes extraordinarios, pero entonces me hice amigo de Jaime Prats, otro mecánico de 24 años a quien pronto admiré pese a su desgarbada pinta de Cantinflas y a sus esporádicas borracheras. Era muy inteligente y sensible, ávido de libros y pletórico de fantasías.
Esa fábrica estaba situada en las afueras de Haedo y al costado de una vía ferroviaria por la que circulaban uno o dos trenes de carga por día. En anchos zanjones que orillaban la vía acampaban linyeras, algunos de los cuales después seguían viaje trepándose a los lentos convoyes.
Linyera con Cruz de Hierro
Nuestro trabajo nos permitía a Jaime y a mí muchos ratos libres, en los que charlábamos y nos intercambiábamos sueños e ilusiones. Una mañana nos escabullimos hasta la vía y hablamos con un viejo que se había hecho una cubierta provisoria con unas chapas y cartones. Nos llamó la atención su actitud, digna y casi elegante, mientras cocinaba un potaje de hierbas y yuyos. Reticente al principio, cuando comprobó que nuestro interés era respetuoso y no mera curiosidad, contestó a nuestras preguntas con un lenguaje culto en el que evidenciaba su origen alemán.
Nos contó que era vegetariano y que hacía años recorría nuestro país, a veces hacien-do unas changas pero la más de las ocasiones largándose hacia cualquier rumbo, prefe-rentemente las sierras de Tandil y de la Ventana. Correspondiendo a nuestras preguntas sobre su itinerario y origen, cuando ya sintió algo más de confianza en nosotros extrajo de sus ropas un gran sobre de cuero en el que guardaba papeles y documentos.
Nos sorprendió cuando explicó que había participado en la Primera Guerra Mundial como capitán de un destructor alemán, protagonizando hechos que lo hicieron meritorio de la Cruz de Hierro, pero la decepción por el destino de Alemania lo había instado a abandonar todo y lanzarse a peregrinar como un ermitaño. Nos contó que había partici-pado en la batalla de Jutlandia. pero cuando la flota se rindió y fue internada en la base inglesa de Scapa Flow los capitanes abrieron las válvulas de sus buques y los hundieron, para no afrontar la indignidad de la rendición.
Cuando nos despedíamos, el viejo extrajo su joya más preciada. Era una Cruz de Hie-rro con bordes plateados y una larga cinta blanca y negra.
El viejo linyera era vegetariano y contó que en la Primera Guerra Mundial (1914-18) había sido comandante de un destructor. Nos mostró una Cruz de Hierro, su tesoro más preciado.
La Batalla de Jutlandia
La Batalla de Jutlandia fue la mayor batalla naval de la historia hasta la Batalla del Golfo de Leyte en 1944, por cantidad y calidad de barcos, con una diferencia, fue el mayor enfrentamiento artillero naval de la historia.
Mayo-Junio 1916- La batalla de Jutlandia (o Ska-gerrak) fue la mayor batalla naval desde la de Ecnomo en 256 aC. Nunca desde entonces se han enfrentado tantas naves y tantos hombres… para nada. Ante la superioridad naval británica, la flota alemana había eludido durante largo tiempo el combate y permaneció en sus puertos. El ascenso al mando de su flota del almirante Reinhardt von Scheer, más agresivo que su antecesor, propició que por primera vez la flota alemana saliera al Mar del Norte. La batalla duró dos días y técnicamente no hubo un vencedor. Los británicos perdieron 14 barcos, con 6.100 bajas, y los alemanes perdieron 11, con 2.500 bajas.
Pese al resultado relativamente favorable a Alemania, la flota germana no volvió a desafiar durante el resto del conflicto a la Gran Flota británica, permitiendo que esta continuara con su dominio del Mar del Norte. Los alemanes pusieron desde allí todas sus esperanzas en la guerra submarina.
La Cruz de Hierro
Al igual que el resto de las Cruces de Hierro de Segunda Clase, está formada por 3 piezas, 2 externas de plata alemana soldadas entre sí que sujetan el núcleo de hierro semimate. Si bien tiene las mismas dimensiones que la de 1939 (44x44 mm), cada lado tiene 2 mm menos de grosor que la de 1939. En la parte frontal aparecen, en orden descendente, la corona imperial, la letra W (en honor al Kaiser Wilhelm II) y la fecha de su instauracion, 1914. En su parte posterior aparecen, en orden descendente, la corona imperial, las letras FW (en honor al Kaiser Friedrich Wilhelm III), las hojas de roble, y la fecha de su instauracion (1813). La Cruz lleva una banda de color blanco y negro, colores representativos de la Alemania de la Primera Guerra Mundial.
Foto:Cruces de Hierro de 2da Clase 1813 y 1914,
de la colección de Pedro Cortés - Munich
Personajes de John Dos Passos
Con Jaime nos decidimos, estimulados por la lectura de “Manhattan Transfer” de John Dos Passos.. Un día próximo, aún sin definir el plazo, nos lanzaríamos a tomar un tren de carga, para correr aventuras como ese viejo alemán.
Los linyeras de esa playa ferroviaria de Haedo abordaban trenes de carga para viajar por todo el país. Los autorizaba la lla-mada “ley Crotto” por el nombre de un gobernador bonaerense
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No lo hicimos. Pasó el tiempo y las circunstancias nos separaron. Cuatro años después, una noche me encontré con Jaime en la estación Liniers del Ferrocarril Sarmiento. Apenas cruzamos unas palabras, porque él estaba con su mujer y sus suegros y yo tomaba un tren en sentido contrario. Yo había realizado ya dos viajes aventurados hacia la Quebrada de Humahuaca y navegado el río Paraná en una balsa, desde Iguazú hasta Buenos Aires.
Suspiró largamente y me abrazó, antes de subir al tren de pasajeros.
--Pichón (así me llamaba), vos sí que alcanzaste a tomar el tren de carga…
Nunca más lo ví, pero sigo recordando sus gestos pausados y su mirada melancólica.
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