Reunión en la cámara de los oficiales para
revisar las más de cincuenta cartas de navegación H que cubrirán la ruta hasta
Tierra del Fuego.
Cena con lentejas y chorizos colorados.
Hay teléfonos celulares descargados que no
se pueden recargar porque el motor está parado.
Se comenta que ahora, por los modernos GPS,
las indicaciones de latitud y Longitud se dan en grados, minutos y milésimas de
segundos.
La marcha es tan lenta y aburrida que la
guardia del turno o a 4 horas de cuatro tripulantes se reduce a dos y se nos
envía a dos a dormitar.
A las 2,25 me despierta un ruido de fuertes
golpes en cubierta, corridas y gritos.
Me asomo y escucho al timonel gritar que se levantó un viento cálido de
frente, y que algo que parecen gruesas gotas de lluvia golpetea en las velas.
Pero no son de agua sino de insectos como alguaciles, tábanos y hasta escarabajos
voladores. También algunas hojas y algo de polvo. Es un Pampero. Era cierto eso
de “Norte duro, pampero seguro”.
Nos colocamos los arneses y disponemos a
mano los chalecos salvavidas.
Hay que cambiar urgente la disposición de
las velas, para enfrentar al viento y navegar en zigzag (en ceñida). Lo que era
una pacífica travesía se transforma en
fuertes cabeceos y notables rolidos, que desparraman los platos y cacerolas que
no se lavaron tras la cena.
La combinación de nervios, violentos e
inesperados movimientos más la fuerte salsa de la cena, deriva en una sucesión
de vómitos y mareos que anulan a muchos de los tripulantes.
Para colmo, y como dicen que una desgracia
atrae a otra, como se advierte que el viento ha cambiado al Este y empuja al barco contra la costa, se intenta
arrancar el motor para ayudar a zafar del problema. Pero se comprueba que el
motor se calienta peligrosamente y debe ser apagado. A la luz de las linternas
se quita su cubierta y se inicia una
revisión, comprobándose que hubo un error en el alistamiento previo de la bomba
de agua. Aquí se había cambiado el rotor
porque el cuerpo de las paletas se había zafado del buje, pero por equivocación
se volvió a poner la pieza fallada, ya que su apariencia la hacía parecer
nueva. En medio de las sacudidas y a la pobre luz de las linternas, se consigue
volver a cambiar el rotor por uno en buena condición y el motor vuelve a
funcionar. Era el momento adecuado.
El barco vuelve a retomar un rumbo
conveniente, aunque prosiguiendo en medio del temporal. Los vómitos invaden con
su olor todos los rincones, especialmente los inodoros y sus piletas. Pasarán
horas
antes que se pueda limpiar tanto desastre.
8,00 Los movimientos del barco son más
profundos y armónicos, y el sol promete una mañana más grata. Se encara el
rumbo 185 y se suelta un rizo en la vela mayor.
Urién comenta:
“Teníamos que probar el barco y la gente en el mar; el resultado fue bueno”.
Cruzamos la albufera
de la Mar Chiquita y en la línea del horizonte se advierten los edificios de
Mar del Plata.
La navegación ideal: viento suave del
través, oleaje suave ( rango 1 en la
escala Beaufort), y sol pleno.
Se anuncia: “Mar del Plata a proa”.
12,05: entrada al puerto, orillando una draga
sobre la que alertó la Prefectura.
12,25 : se abarloa al lado de un barco de
la Armada, su jefe saluda a Urién y nos ofrecen alojamiento y necesarias
duchas, luego de tres días de higiene escasa y abundantes vómitos.
Yo regreso urgente a Buenos Aires para
cumplir con unos trámites pendientes. Espero reincorporarme en futuras etapas,
si mi viaje a Salta para fin de año me permite coincidir con el programa del
viaje por puertos australes.
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