lunes, 3 de noviembre de 2014

DE LA CALMA CHICHA A UN TEMPORAL QUE ASUSTA

    Reunión en la cámara de los oficiales para revisar las más de cincuenta cartas de navegación H que cubrirán la ruta hasta Tierra del Fuego.
    Cena con lentejas y chorizos colorados.
    Hay teléfonos celulares descargados que no se pueden recargar porque el motor está parado.
    Se comenta que ahora, por los modernos GPS, las indicaciones de latitud y Longitud se dan en grados, minutos y milésimas de segundos.
    La marcha es tan lenta y aburrida que la guardia del turno o a 4 horas de cuatro tripulantes se reduce a dos y se nos envía a dos a dormitar.
    A las 2,25 me despierta un ruido de fuertes golpes en cubierta, corridas y gritos.  Me asomo y escucho al timonel gritar que se levantó un viento cálido de frente, y que algo que parecen gruesas gotas de lluvia golpetea en las velas. Pero no son de agua sino de insectos como alguaciles, tábanos y hasta escarabajos voladores. También algunas hojas y algo de polvo. Es un Pampero. Era cierto eso de “Norte duro, pampero seguro”.
    Nos colocamos los arneses y disponemos a mano los chalecos salvavidas.
    Hay que cambiar urgente la disposición de las velas, para enfrentar al viento y navegar en zigzag (en ceñida). Lo que era una pacífica travesía  se transforma en fuertes cabeceos y notables rolidos, que desparraman los platos y cacerolas que no se lavaron tras la cena.
    La combinación de nervios, violentos e inesperados movimientos más la fuerte salsa de la cena, deriva en una sucesión de vómitos y mareos que anulan a muchos de los tripulantes.
    Para colmo, y como dicen que una desgracia atrae a otra, como se advierte que el viento ha cambiado al Este  y empuja al barco contra la costa, se intenta arrancar el motor para ayudar a zafar del problema. Pero se comprueba que el motor se calienta peligrosamente y debe ser apagado. A la luz de las linternas se quita su cubierta y se inicia  una revisión, comprobándose que hubo un error en el alistamiento previo de la bomba de agua.  Aquí se había cambiado el rotor porque el cuerpo de las paletas se había zafado del buje, pero por equivocación se volvió a poner la pieza fallada, ya que su apariencia la hacía parecer nueva. En medio de las sacudidas y a la pobre luz de las linternas, se consigue volver a cambiar el rotor por uno en buena condición y el motor vuelve a funcionar. Era el momento adecuado.
    El barco vuelve a retomar un rumbo conveniente, aunque prosiguiendo en medio del temporal. Los vómitos invaden con su olor todos los rincones, especialmente los inodoros y sus piletas. Pasarán horas

 antes que se pueda limpiar tanto desastre.


    8,00 Los movimientos del barco son más profundos y armónicos, y el sol promete una mañana más grata. Se encara el rumbo 185 y se suelta un rizo en la vela mayor.
Urién comenta: “Teníamos que probar el barco y la gente en el mar; el resultado fue bueno”.
Cruzamos la albufera de la Mar Chiquita y en la línea del horizonte se advierten los edificios de Mar del Plata.
    La navegación ideal: viento suave del través, oleaje suave ( rango 1 en  la escala Beaufort), y sol pleno.
    Se anuncia: “Mar del Plata a proa”.

    12,05: entrada al puerto, orillando una draga sobre la que alertó la Prefectura.
    12,25 : se abarloa al lado de un barco de la Armada, su jefe saluda a Urién y nos ofrecen alojamiento y necesarias duchas, luego de tres días de higiene escasa y abundantes vómitos. 
    Yo regreso urgente a Buenos Aires para cumplir con unos trámites pendientes. Espero reincorporarme en futuras etapas, si mi viaje a Salta para fin de año me permite coincidir con el programa del viaje por puertos australes. 

“ESTO TE PASA POR HACERTE EL PIBE”

Resumen de una bitácora, con la superación de sustos por un temporal e inesperadas fallas del motor.
    Estoy recuperando mi cuerpo, dolorido tras varios días de una desacostumbrada navegación. Luego de recorrer unos 450 kilómetros sobre agua y de tocar tres puertos en el comienzo de su larga travesía hasta Ushuaia, el velero “La Sanmartiniana” por fin arribó a Mar del Plata, conmigo y otros catorce a su bordo. Felices y un poquito sufrientes, como corresponde a toda aventura.
    Es que para ponerlo a prueba, igual que a su tripulación, en estos primeros días debió soportar los embates del canal de Río Santiago en La Plata, el fuerte clima del comienzo veraniego y hasta un repentino y violento temporal que sirvió para demostrar las aptitudes de los más veteranos y templar a los novatos. 
    En mi caso, regresé desde Mar del Plata para reingresar en futuras etapas, con el cuerpo adolorido desde todas las articulaciones hasta las puntas de mis uñas. Recién al cabo de dos días mi organismo de 82 años consiguió recuperarse. Es para darle algo de razón a esos que me dirán: “Eso te pasa por hacerte el pibe”.
     Yo no lo conocía a Julio César Urién hasta hace unos dos meses. Luego conversamos una hora en un café del barrio de Almagro  y me explicó su intención de promover—especialmente entre los jóvenes—la práctica de la náutica y el conocimiento de las riquezas  acuíferas argentinas.  Coincidente con esto, cuando me informó sobre la posibilidad de realizar un crucero hasta Ushuaia para promocionar estas intenciones, le pedí participar y así me incorporé con su grupo. Pensando en su proyecto y viendo la primera etapa de su desarrollo, puedo decir que a veces un soñador también puede ser un buen planificador.
     La primera etapa de mi aventura fue viajar en tren desde  Constitución. Increíble, repaso, en veinte años no he viajado hasta La Plata en este tren, aunque sí lo hice  en auto u ómnibus. Después de tantas críticas sobre el Roca me sorprendo cuando compruebo con ayuda de mi reloj que en tramos alcanza velocidad  superior a los cien kilómetros horarios. La capital platense me sorprende con sus señoriales edificios y calles arboladas. Un colectivo de bruscos arrancones me lleva hasta el antiguo puerto petrolero de Berisso, en cuyo extremo hay varios astilleros y clubes náuticos. En uno de ellos está amarrada “La Sanmartiniana”.
    El Club Náutico Berisso (poco conocido y con excelentes instalaciones), posee un extenso muro con vereda-amarradero  de hormigón y enchufes para amoladoras y aún soldadoras eléctricas  que sorprenden con sus relámpagos azulados..
    Pasan por el canal remeros y remeras con kayaks y nos saludan. Sábalos asoman sus bocas para respirar en el agua aceitosa. Cinco tortugas grises de río dormitan sobre el tronco caído de un árbol seco. Varios pájaros Martín Pescador se zambullen y surgen con peces plateados atravesados en sus picos y se posan en árboles, donde los sacuden y golpean antes de tragarlos.
     Hay mosquitos a bordo y no pensamos en repelentes. Los carpinteros siguen trabajando toda la noche para terminar la carroza que protegerá a la cabina y la timonera. Cargamos el indispensable agua potable en los tanques y se compran víveres para cuatro días y catorce comilones. Pero se descubre: “Faltó el pan” y tampoco se consiguieron galletas marineras, como se acostumbraba antes. A la carrera se logra obtener este indispensable alimento. Por la noche se hace una reunión previa en la cámara-comedor. Revisión de las cartas H de navegación, señalándose algunas zonas críticas (El Rincón cerca de Monte Hermoso), y los complicados accesos a Bahía Blanca.
    Urién explica que hay doce cuchetas y como probablemente seremos dieciséis, durante la rotación por las guardias de cuatro horas se utilizará el sistema de “cama caliente”, como en los submarinos de la Segunda Guerra mundial. Se explica el funcionamiento de los equipos de emergencia, como las cuatro bombas de achique y los dos sanitarios, así como la necesidad de racionar estrictamente el agua potable en la higiene y cocina. Se rellenan con agua potable de canillas unas treinta botellas vacías de gaseosas de litro y medio.
    A las seis de la mañana,  aún oscuro, todos ya están levantados y realizando las maniobras previas a la zarpada.  Se calcula que la pleamar se dará alrededor de las 7, pero cuando se intenta zarpar, se comprueba que el casco está clavado en el fondo lodoso.  Urién ordena que todos se desplacen balanceándose de una banda a la otra, pero no es suficiente. Encima, la hélice también está trabada por el barro y no se puede utilizar el motor. Entonces, se corre la botavara para que quede sobre el agua lateralmente y dos o tres tripulantes se cuelgan peligrosamente sobre un extremo, para que la quilla se levante un poco, despegándose.  A las 7,25 se consigue zafar y comienza la navegación.
    El día amanece espléndido, con leve viento del Norte y cielo sin nubes. Vamos siguiendo los canales al lado de la isla Paulino y viendo las grandes instalaciones del puerto y el astillero, más el apostadero naval. A las 8,50 pasamos frente a la sede de la Prefectura y damos aviso de la zarpada, con los datos del barco, la tripulación, velocidad estimada y rumbo previsto. Una lancha blanca GC 73 de la Prefectura nos acompaña hasta la salida.
    Y ahora nos sacude el oleaje que conocen los marinos locales como típico del Canal platense. Vanesa, como buena geóloga amante de la tierra, es la primera en marearse.  Al cruzar el segundo espeque (alternativa de una boya) designado como 8,800 viramos para tomar el rumbo 130°, el Este NE.  A las 9,12 la Prefectura pide confirmar los datos, más el color de vela y velocidad estimada con motor o sin él.
A las 9,20 se toma el rumbo 110, se detiene el motor (que recalienta un poco) y se alza la vela Genoa, prosiguiendo sólo con velas. El promedio es de unos seis nudos (10,8 kilómetros por hora). A las 10 de la mañana se repara el riel donde corre el carro del escotero, que tensa y regula la vela mayor. Se arma la botavara del palo de mesana (posterior).
     El veterano Oscar de San Nicolás prepara “pororó” que algunos endulzan con la sabrosa miel que  produce en sus propios panales.
    Enrique da una clase de uso de cartas de navegación. Se cuentan relatos de tormentas y anécdotas.
Cacho organiza una reunión de la tripulación para organizar el ordenamiento interior, con los bolsos personales y salvavidas, botas y demás. Se organizan las velas , alistándolas para su más rápido uso. También se dan instrucciones para los hombres que permanecerán en cubierta durante mal tiempo, así como los arneses y líneas de vida a las que se deben asegurar. Las tareas de emergencia si cae un hombre al agua, las bengalas y operaciones de noche (que siempre haya dos hombres viéndose entre sí) y el uso restringido de los baños, con sus válvulas y esclusas (con sus riesgos). Se aconseja a los hombres orinar por la borda a sotavento.
    12,40 disminuye el viento que sigue desde popa. Me toca timonear y me resulta difícil mantener el rumbo, cosa que ocurre por el viento de popa y por eso se enciende el motor (hora 18,15) para tener más manejo. Se explica cómo “sentir” el movimiento de las olas para anticipar los movimientos de la rueda del timón (que es muy distinto para quién, como yo, está acostumbrado a timonear con caña o vara  de timón). Hay que tratar de no concentrarse demasiado en el rumbo indicado por el compás si no tratar de observar alguna referencia en el horizonte o en la costa. Y cuando se tiene viento de popa hay
 que aprender a “barrenar” o surfear al subir una ola y deslizarse para volver a retomar el rumbo cambiado levemente. No es fácil, pero algunos, como mi tocayo Oscar, lo hacen instintivamente.
    19,30 En el horizonte se ve Punta Piedras, a unos 27 kilómetros, que antiguamente era la boca del Río de la Plata. Se toma el rumbo 145. Gracias el viento de popa se arman las “orejas de burro” con ambas velas a cada lateral. Siguen las rondas de mate.
Se explica el uso del sextante, que requiere de tres estrellas en el crepúsculo para tomar la línea del horizonte. El eco sonda indica 1,80 metros de profundidad. Ahora atravesaremos la bahía de Samborombón, donde la costa se aleja y que tiene mala fama, además de disminuir la profundidad por los arenales del Tuyú. Algunos exageran diciendo que es el Triángulo de las Bermudas argentino.
Preguntan a Oscar F.R. (yo) sobre la tormenta que en enero de 1988 interrumpió la regata a Ushuaia, causando la pérdida de tres barcos y la desaparición total de una de sus tripulaciones, que eran expertos prácticos del Río de la Plata.  El único barco que llegó a Mar del Plata fue el  “Silencio” de Ricardo Trama, dueño del astillero Plenamar. Oscar se entera de su muerte reciente en su estancia de Salta, debido a un asalto.
    Aprovecho para dormitar, antes de mi turno de 0 a 4 de la mañana. Me acuna el chaf-chaf bajo el casco y un suave vaivén.
    Al amanecer se ve el faro San Antonio, que según el nuevo tratado del Río de la Plata es su boca geográfica.  Ahora estamos en el Atlántico.
    7,45  se aprecia en el horizonte la línea de edificios de San Clemente y una especie de islote arbolado que corresponde al faro San Antonio.
    9,00: frustrado intento de reparar una driza rota empalmando un cable de acero con un cabo roto por dentro del tubo de la botavara.
    9,30: se vuelve a izar la vela mayor.
   11,30: marcha tranquila a vela, promedio cinco a seis nudos. Al través de Santa Teresita. El mar toma un color verde muy definido y su espuma ya es blanca transparente. Las ondas del mar son largas y profundas.  El fragor del avance se nota en la proa cada veinte segundos y cada tanto rompe y salpica. Buen estreno de la nueva carroza hecha para la bañera.  Las olas aisladas con sus crestas blancas semejan delfines saltando armónicamente.
 13,15 una variante repentina del viento hace trabuchar la botavara violentamente. Y las velas quedan acuarteladas críticamente. Con un golpe de timón se las vuelve a recuperar.
    Almuerzo con guiso de zapallo y fideos.
    Uno de los tripulantes lanza por popa un señuelo para pescar, pero los peces lo ignoran y,  en cambio, las gaviotas se lanzan en picada para intentar capturarlo. Por babor aparecen dos barcos pesqueros en nuestro mismo rumbo y hay que prever pasarlos dejando respeto.
    Se habla sobre fenómenos meteorológicos y marinos , como los Fuegos de San Telmo (confundidos por Ovnis) o la Anomalía del Atlántico Sur, que durante años llamó la atención por sus resplandores en el horizonte frente a Chubut. También se conversa sobre distintos temas patagónicos, como los guanacos que son plaga en la Península de Valdés, las grandes mareas y los proyectos mareomotrices, las tribus mapuches y temas afines.
    Llamado de Prefectura requiriendo que a las 20 la llamemos a Línea Nueva Sierra para informar sobre nuestra marcha..
    19,00 : hermosa puesta de sol sobre Villa Gesell, cuyas luces pespuntean el horizonte.
    Se toma rumbo 210 directo a Mar del Plata.

    Calma el viento y también el oleaje. Pronostican rachas repentinas de hasta 25 nudos (55 Km/h)  pero todo se ve muy tranquilo. Quizá demasiado (¿será la calma que antecede a la tempestad?). 

miércoles, 4 de junio de 2014

AVENTURA EN VELERO POR EL ATLÁNTICO AUSTRAL

Instalarán en la Isla de los Estados un centro científico juvenil

A bordo del velero La Sanmartiniana, con una tripulación de jóvenes liderados por dos veteranos, unirán Dock Sud con la Isla de los Estados y circundarán las Malvinas. El barco partirá el próximo 18 de julio desde el apostadero naval de Dock Sud hacia la Isla de los Estados, en el extremo del Atlántico Sur, en un trayecto que incluirá la navegación alrededor de las Malvinas, en torno a la zona de exclusión y respetando las leyes internacionales.


     El objetivo de la iniciativa, que forma parte de una campaña impulsada desde la Fundación Interactiva para Promover la Cultura del Agua (Fipca), es poner en la agenda la preocupación por el desmantelamiento de la marina mercante del Estado,  la privatización de los puertos fluviales y marítimos, y la falta de presencia argentina en esa inmensa fuente de riquezas naturales que es la franja soberana del Atlántico Sur
     El impulsor del proyecto y jefe indiscutido es Julio Urien,64 años, y lo secunda Néstor Scapini, de 56, quienes también fueron los impulsores de la primera expedición de La Sanmartiniana  el 14 de marzo en la capital de Misiones, Posadas, desde donde iniciaron el descenso por el río Paraná hasta llegar al puerto de Dock Sud el 2 de abril.
     El velero, de tipo ketch según las clasificaciones de la náutica, tiene alrededor de 15 metros en su casco de acero, dos palos, motor Volvo, 12 cuchetas y dos baños. "Es un barco escuela oceánico. Ha recorrido los distintos mares del mundo. Ahora lo estamos acondicionando para el frío.

     Para el punto final del recorrido, la Isla de los Estados, hoy deshabitada y convertida en una reserva ecológica, los tripulantes de La Sanmartiniana proponen convertirla en un centro de investigación científica y de recepción de jóvenes, acaso inspirada en Isla de la Juventud de Cuba. Sobre eso vienen conversando con la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y la Universidad de Tierra del Fuego. 

EN CAMELLO AL FIN DEL MUNDO (II)

El Peñón de Gibraltar, Tánger  y encantadores de serpientes en una visita poco convencional

     Contestando la anterior nota sobre mi aventura en Marruecos algunos me preguntaron sobre la experiencia de montar en camello. Aquí relato lo que sentí y también agrego algo sobre los encantadores de serpientes que se ganan la vida mostrando sus habilidades en algunas calles de Tánger, como así mi visita al famoso Zoco, fuera de los circuitos turísticos.
     No voy a escribir aquí una nota sobre temas que se pueden encontrar en cualquier guía o en Internet. Voy a transmitir mis pequeñas vivencias. .
 El Peñón
     Gracias al pase Eurailpass en 1980 con mi mujer, Zeugma López, viajamos por distintos países europeos sin gastar un centavo y utilizando los variados servicios ferroviarios como transporte y alojamiento.  Regulando cuidadosamente nuestros gastos pudimos atravesar las aguas marinas y llegar hasta Grecia y luego se nos ocurrió –ya que tras casi dos meses deseábamos volver—cruzar hasta Africa del Norte y visitar Marruecos. Los tiempos y las combinaciones no nos daban como para llegar hasta Egipto y no nos interesó ir hasta Irlanda o Noruega, que también hubiéramos podido tocar merced a ese práctico pase.
     Pasar bajo la sombra ominosa del Peñón de Gibraltar para mí tenía un especial significado por fotos que había visto en una revista y por recuerdos de mi niñez, gracias a los relatos de un niño, refugiado español por la guerra civil en la península. En aquel pequeño barrio de Morón nosotros teníamos alrededor de ocho años cuando se radicó allí una familia de apellido Rúa, cuyo padre venía a trabajar en la recién establecida La Cantábrica. Ricardito, el hijo, era un locuaz y vivaracho narrador de anécdotas sobre su tierra natal y también sobre el azaroso viaje en barco que los había traído desde Barcelona para refugiarse en la Argentina.
     Uno de esos relatos trataba sobre el cruce del Estrecho de Gibraltar, con esa enorme roca erizada de cañones y bunkers blindados.  Habían pasado cuarenta años pero yo tenía vívidos recuerdos de aquella descripción infantil, quizá algo exagerada pero que allí tenía oportunidad de revivir. 

El Tren de los Moros
     Tomamos por la tarde el tren en la Estación de Atocha, que yo también recordaba por aquella magnífica y divertida novela ilustrada de Jardiel Poncela, “La tournée de Dios”, ya que según ese relato el Creador había bajado para visitar la Tierra pasando por ese parador ferroviario. Ya decidido el viaje, unos amigos españoles nos habían prevenido sobre los riesgos de tomar ese convoy, al que se llamaba “el tren de los moros”.  Sucedía que era el servicio preferido por los inmigrantes marroquís y africanos que regresaban temporariamente a sus países de origen, aprovechando la temporada de vacaciones.
     Nos habían advertido que esos emigrantes prácticamente ocupaban el tren, convirtiendo a sus camarotes y vagones en alojamientos árabes, con almohadones y cortinas colgadas y tiradas por el interior de los compartimientos. Esto no nos importó, más bien pensamos que le daría un color particular a nuestra travesía. Y era verdad, cuando subimos al tren los coches estaban atestados por un pasaje que llevaba paquetes y bultos, además de ir vestido con sus ropas tradicionales. Como habíamos pagado un pequeño suplemento, pudimos viajar en un camarote, y el guarda que nos atendió se ofreció a llevarnos la comida y el desayuno hasta el mismo camarote, de modo que no tuvimos ningún problema hasta llegar a la terminal de Algeciras, donde debíamos embarcarnos en un trasbordador para cruzar el famoso Estrecho.
     La travesía marítima por la mañana resultó excepcional, tras dejar por la borda el pequeño enclave británico de donde surgía la estratégica fortificación, motivo de centenarias reclamaciones, similares en cierto modo a las protestas argentinas por las islas Malvinas.  Y la visión de esa gran roca resultó impresionante, como lo esperaba.   
 Vista aérea del Peñón, con su pista aérea a poca distancia de la línea fronteriza
     Al llegar al puerto de Tánger hubo que desembarcar para los trámites fronterizos caminando por un caluroso tubo de plástico transparente, nada que ver con la imagen africana que esperábamos. Al salir del puerto prácticamente nos asaltaron unos guías vestidos con largas túnicas y medallones de bronce en sus turbantes. No me gustaron sus servicios, caros, ofrecidos casi con prepotencia –después sabríamos por qué— y seguimos caminando para realizar la visita por nuestra cuenta.
     Ya caminando para cruzar una gran avenida se nos acercó un muchacho alto y muy amable, apenas barbudo,  vestido como cualquier joven occidental y hablando correctamente español.  Se presentó como Omar y nos contó que era estudiante y se ganaba la vida ofreciendo servicios como guía y a tarifas mucho más económicas que los oficiales, según pudimos comprobar. Esta aparente ventaja nos iba a traer serias y amenazadoras complicaciones (esta ingrata anécdota la relataré en otro episodio), pero en esos momentos nos pareció útil seguir acompañados por Omar,  que era discreto y no nos presionaba a gastar ni a contratar cualquier servicio   Conseguimos un hotelito económico y limpio, cosa rara en esas regiones. También Omar nos orientó para comer en sitios preferidos por la población local y no tanto por los turistas.
 
Hay muchos sitios pintorescos y económicos para comer
     Así descubrimos los  sabrosos shawuarma , rellenos de pollo o cordero, y picoteamos con la mano la multitud de platitos donde  predominaba el cus-cus, polenta aromática que guarnecía  riquísimos  y bien condimentados  bocados.  Muy próximo al puerto está la Medina o viejo barrio que tiene al Zoco, que parece una gran feria de La Salada porteña pero con infinita variedad de productos típicos. Omar nos acompañó por esa especie de laberinto con cuevas excavadas en la roca y puestitos que ofrecían originales artesanías (compramos algunas hechas con cobre martillado). Nuestro guía fue honesto y nos confesó que  para dejarnos entrar a determinados sitios él debía presentarnos a un vendedor de alfombras, donde nos iban a servir té de menta con confituras, pero que no estábamos obligados a comprar nada, si bien podíamos (y eso sí era un compromiso) regatear largamente los elevados precios que nos presentaban. Cumplimos con este entretenido compromiso y terminamos de caminar por este sinuosos pasadizos --donde todo huele a especias, miel, repostería artesanal, menta fresca, y cordero asado--  y echamos una ojeada a la gran Mezquita, pero mi desinterés por todas las religiones no me hizo dedicarle mucho tiempo.
 El Zoco grande
     Lo único que podía disculpar la superficialidad de mi visita era el poco tiempo de que disponíamos para cumplir con otros recorridos, como el de ir en camello hasta el Faro Espatel, el del Fin del Mundo antiguo.. Nos llamó la atención ver a algunas chicas conduciendo motonetas y a muchas mujeres vistiendo ropas europeas, bien a la moda occidental.
     La puerta de entrada a la Medina es el Gran Zoco (Place du 9 avril), desde donde se puede acceder por la calle Semmerine a través de una puerta y restos de murallas a cuyo pie  había mujeres campesinas vendiendo hortalizas. Seguimos por la calle as-Siaghin, que pese a sus recovecos no resultaba peligrosa para los turistas.

Escuela para encantadores
     En vez de ir a la plaza céntrica donde iban todos los turistas, preferimos caminar hasta una calle más alejada, donde decían que practicaban los novatos que se dedicarían a trabajar como encantadores de serpientes. En las veredas y rincones  vimos sentados en el suelo a varios de estos practicantes, que esperaban silenciosamente a que se formara una rueda de curiosos expectantes,.
      Era inútil intentar tomarles fotos, pues hasta que no tenían público que consideraran apto para ofrecerles propinas no hacían salir a las víboras de sus canastos con tapa. Nuestro guía, Omar , nos explicó que la flauta que tocaban se llama tumarit,  que emite un sonido similar al de la hembra de la cobra y por eso el macho (siempre son machos los que “bailan”) salía a buscar a la hembra, pero como no la encontraba se quedaba  hipnotizado por la música. Así el encantador podía ofrecerle su mano –la pasaba tocando la cabeza con su chato tocado desplegado-- para demostrar el control que tenía  sobre el animal. Algunos hasta se animan a besar esas ahusadas cabezas o a tocarlas con la nariz, pero esta riesgosa práctica no es aceptada por los maestros. .
El “encantador” con su instrumento
 
     Al otro día, bien temprano, Omar pasó a buscarnos para que hiciéramos la visita al faro Espartel, situado a pocos kilómetros hacia el Oeste, Allí comenzamos la contingencia de montar en camello, en un puesto donde había una veintena de estos animales con sus densas monturas de tela y gruesos tejidos.

Improvisado jinete
     Soy mal jinete, aunque he montado o me han llevado muy diversos animales, desde caballos andinos para ascender al Aconcagua, mulas con las que atravesamos nieve hasta las rodillas para llevar provisiones a poblaciones aisladas en la Cordillera, trineos de perros husky –cuando se los autorizaba en la Antártida--, llamas en la Puna y hasta un buey en La Pampa que se quedó inmóvil, porque no me había animado  a un toro desconfiado.  Pero lo del camello resultó una prueba muy particular.
   
  Montar un camello (los dromedarios tienen una sola joroba y por eso son más difíciles de montar) hay que hacerlo bajo la supervisión de un guía o su dueño, pues aunque son tranquilos en apariencia pueden tener reacciones imprevistas. Lo que impresiona es su tamaño, cuando se alza sobre sus patas.  No se lo puede alcanzar como a un caballo, dando una vuelta de pierna sobre su lomo. Hay que treparlo desde atrás por medio de un banquito o plataforma que se lleva bajo el arnés, y por eso lo primero es esperar a que su dueño lo haga arrodillar sobre el suelo. Entonces hay que acomodarse sobre la almohadilla o asiento y  (echándose hacia atrás) hay  que tratar de mantenerse vertical, pues la primera y gran sacudida es cuando al animal alza sus patas traseras.
     Tratando de mantener el equilibrio (ahora preparándose para inclinar el cuerpo hacia adelante) , hay que esperar que el camello extienda a la mitad sus patas delanteras.  Y cuando después estira totalmente estas patas, ya resulta más fácil conservar la posición adecuada.
     El andar en camello es una grata sensación ondulante, pues sus pasos son largos y suaves. Cada animal es llevado por su guía, ya que si hay imprevistos una caída desde tanta altura puede derivar en lesiones más o menos serias. Si el jinete se anima y el guía lo permite es posible manejar sus riendas. En este caso, lo mejor es relajarse y no quedar tenso, sujetando las riendas con confianza y cierta firmeza. Como la mayoría de los animales inteligentes, un camello puede sentir el malestar o el nerviosismo de quién lo monta. No hay que tirar o sacudir las riendas, de modo que el cuadrúpedo sienta que se  tiene cierto control sobre él.
 Cuando alza las patas traseras esto (un error de los chicos) es lo que debe prevenirse, echándose hacia atrás
     Hay que descender del camello sólo cuando se asiente, arrodillándose, y se coloque el banquito. Ahora puede mirárselo, “cara a cara”, para apreciar la dulzura de sus ojos con sus largas pestañas (lo protegen de la arena en polvo), pero no hay que engañarse. Como otros camélidos (los guanacos, llamas o alpacas),  pueden tener alguna reacción imprevista, como expeler un gran salivazo. Por suerte, nosotros no lo sufrimos, quedamos amigos.
-----------



En próximo envío a mis pacientes lectores:  la audaz “Operación Algeciras 1982” de la guerra por las Malvinas que iban a realizar en Gibraltar buceadores argentinos. Yo conocí en 1963 a la familia Nicoletti de Puerto Madryn, que durante el Proceso mató al jefe de la Policía Federal, comisario Villar, y saboteó un moderno destructor de la Armada.  Esto (que produjo un libro y una película) será motivo de otro relato.                

EN CAMELLO HASTA EL FIN DEL MUNDO (I)

Desde Tánger, en Marruecos


En 1980, Oscar preparando la “camelgata” de 14 Km hacia las Cuevas de Hércules, al borde del desierto de Marruecos.
  
     Nuestro guía, Omar cuya contratación casi nos lleva a prisión cuando nos aprestábamos a embarcar de regreso a España cruzando el Estrecho de Gibraltar— nos había prometido una excursión en camello (luego fuimos con Zeugma solamente una parte montados y la otra en una camioneta de un amigo de Omar), diciéndonos que nos iba a llevar hasta “el cabo del fin del mundo”. En Cabo Espartel los antiguos navegantes decían que se terminaba el Mediterráneo y que luego seguían los mares desconocidos, habitados por seres monstruosos. Muchos planisferios de aquella época mostraban a la tierra conocida como una especie de mesa cuyos bordes podrían llevar hasta abismos muy peligrosos. Después aparecieron los vikingos y Colón rompiendo un huevo.. 
    La historia sobre Omar y el susto que nos llevamos en el puerto antes de cruzar hasta Algeciras la contaré otro día.
   El Cabo Espartel es un cabo localizado en la costa atlántica de África, en el norte de Marruecos, a 8 kilómetros de Tánger. En el peñón o pequeña península que allí se ubica, existe un faro cuya luz es visible a 23 millas. En su faldeo el terreno desciende y da lugar a un llano (esto provoca que, visto desde determinados puntos, el peñón parezca una isla). Antiguamente, este cabo era conocido con el nombre de Cabo Ampelusia. Este punto es uno de los límites en tierra del estrecho de Gibraltar.



 
    Las cuevas de Hércules se encuentran ubicadas a tan solo 14 kilómetros al oeste de Tánger. Es un lugar asombroso, con una arqueología de significativo valor. Según la leyenda de los navegantes griegos aquí es donde la mítica figura de Hércules descansó después de realizar las doce tareas que le habían impuesto los dioses del Olimpo.
    La entrada a las cuevas se orienta hacia el Atlántico y quedan inundadas durante las mareas altas. Cuando el oleaje entra, los chorros de agua inundan la oquedad, brindando un espectáculo impresionante y ecos que resuenan como lamentos. Desde su interior se aprecian unas vistas muy singulares del Estrecho de Gibraltar , por  el contraste entre el color del cielo y el mar.

Pintoresca foto postal del faro Espartel
  
    Nos tomamos un té de menta con bizcochos dulces en una pequeña cafetería frente al océano. Además por sólo 5 dólares a las mujeres se les ofrecen vestirse con la jeblia (típica del campo marroquí) para tomarse una foto  de recuerdo. Ah, no son recomendables los sanitarios, como en todos los sitios económicos de  la región. También visitamos en esta zona las pequeñas ruinas romanas de Cotta, del siglo II y III. Están justo a 200 metros de distancia,  parada obligatoria de los ómnibus que van desde Tánger hacia el sur, hasta Aziláh.