(1956) Astillero
bajo la lluvia. Secreto de todo un pueblo. Vino y cerveza para la democracia..
Las polillas no saben nadar. Héroe ignorado del Río de la Plata. Campeón
nadador que casi no sabe nadar. Ladrones de gallinas. Planeando la
fuga. Un audaz militar de apellido Videla capturó él solo
todo un pueblo y luego lo estafó. “De eso no se habla”. El chasco de una balsa
que no flota. El Prefecto nos acosa. Primera y última zambullida de altura
peligrosa. Como robarle a la policía ´naval. La fuga como salida.
Astillero
bajo la lluviaYa
llevamos quince días en Puerto Iguazú. Todavía nuestra balsa es un proyecto,
que demoran la lluvia y otras circunstancias. Tenemos hambre, mucha hambre.
Pero no tanta como para que nuestra vergüenza nos permita pedir ayuda. Sigue la
lluvia y , al menos, continuamos alojados en un pequeño cuarto del viejo
edificio de madera y chapa de la Prefectura de Puerto Iguazú. Hasta ahora
podemos dormir en dos catres metálicos sobre unas colchonetas mugrientas.
Después nos enteramos que esta es la celda para presos.
El
edificio está situado en medio de la barranca boscosa que sube desde el puerto
hasta las primeras calles del pueblo. Hacia abajo vemos las aguas negras del
río Iguazú, que en realidad son absolutamente transparentes pero como también
son profundas, parecen un cauce oscuro. Cuando venga la época de las lluvias,
las cataratas desprenderán un caudal mucho mayor pero también de color marrón,
por los sedimentos que se arrastrarán desde las tierras del interior del
Brasil. Un marinero nos informa que este puerto tiene cinco muelles, separados
entre sí por una altura de treinta y cinco metros. “Se utilizan todos a lo
largo del año, pues esta es la altura que crece el Iguazú cuando llueve”.(por
ejemplo, el viernes 10 de junio de 1983 llegó a 32,92 metros y seguía
creciendo). Increíble, que un río varíe su nivel tanto como la altura de un
edificio de once pisos, debe ser caso único en el mundo, pienso.
Enfrente, vemos el embarcadero rudimentario que usan las canoas que cruzan
hacia Foz de Iguazú, la gran ciudad brasileña situada a unos diez kilómetros
pero sobre el cercano río Paraguay.
Perfil de Puerto Iguazú con su camino en zigzag que recorre los cinco muelles situados a distintas alturas. Por allí bajamos la jangada, que armamos con solamente cinco troncos de distintos largos |
Viene
a tomar mate con nosotros un muchacho joven de apellido Manzone que trabaja como
“cubicador” de un obraje maderero. Este es un trabajo muy particular y muy bien
pago, nos explica, pues se trata de calcular previamente –y para eso hay
que meterse en medio del monte virgen-- las características y rendimiento de
alguna arboleda que se piense aserrar, en las áreas permitidas para eso. Lo más
difícil es prever la apertura de “picadas” para sacar los troncos allí
cortados. Este muchacho es un porteño de Ramos Mejía y nos comenta .que
probablemente se vaya a Sudáfrica,, en donde le ofrecen una mejor remuneración.
El
secreto de todo un pueblo
Mientras
mateamos, nos cuenta de un secreto colectivo que abruma a todo el pueblo, incluido
él mismo. “Es una vergüenza colectiva, de eso no se habla, ni se les ocurra
comentar esto que les voy a contar”. Por supuesto, lo animamos a que revele
este secreto. Y aquí lo cuento, como se hace con todo secreto.
Se
trata de una insólita situación que ocurrió aquí unos cuatro meses atrás,
cuando en Buenos Aires y el resto del país transcurrían las pugnas por la
“Revolución Libertadora” que derrocó a Perón. Acá, en el Iguazú, todo estaba
tranquilo, aunque llegaban con mucha dificultad -- por radios brasileñas y una
paraguaya --las noticias sobre “operaciones de limpieza” de la lucha que se
desarrollaba en Córdoba y Bahía Blanca. .
Hasta
que una tarde, proveniente del territorio brasileño, subió por este
embarcadero un hombre joven, de porte autoritario y vestido con una especie de
camisa militar. Se presentó ante el adormilado marinero de guardia y le ordenó
que lo acompañara hasta la oficina donde también dormitaba la siesta un joven
oficial de la Prefectura. El recién llegado se dio a conocer como “capitán
Videla”, dijo que era jefe de un “comando civil” (grupos de activistas
antiperonistas que tuvieron mucha actuación en esos días) y señaló que era
sobrino del general Videla Balaguer, que se había rebelado contra Perón.
Imperiosamente les exigió a los dos uniformados que tomaran sus armas y le
sirvieran como custodia para presentarse ante la Gendarmería, la policía y
otras autoridades.
CUATRO
MESES ATRÁS: “OPERACIONES DE LIMPIEZA”
El
recién llegado afirmó perentoriamente que tenía órdenes de copar este pueblo
para las fuerzas revolucionarias y que todos debían acatar las directivas de la
jefatura del Ejército en Buenos Aires. Como por entonces había muchas
dificultades para comunicarse por radioteléfono con la Capital Federal y
también con Posadas, todos fueron aceptando las disposiciones urgidas por el
nuevo jefe. Así, sucesivamente se pusieron a sus órdenes los pocos efectivos
armados destacados en ese lugar.
El
capitán Videla inmediatamente se hizo de las instalaciones del gobierno
municipal y convocó a las “fuerzas vivas” del pueblo –comerciantes, el
sacerdote, empleados de dependencias estatales, dos jueces, el jefe del
Registro Civil y toda persona representativa-- , para lo cual recurrió a un
vehículo con altoparlantes que habitualmente voceaba propaganda, como era
habitual en pueblos del interior. Pronto se reunieron curiosos y varios vecinos
frente a la plazoleta del municipio.
Entonces,
el convocante se autoproclamó jefe municipal y expresó su satisfacción por el
apoyo que todos los allí presentes le prestaban, destacando que esto
evidenciaba la fé democrática y antidictatorial de los pobladores. A
continuación invitó a los oyentes a que participaran en una cena para festejar
la proclamación de la democracia en este lejano poblado, sugiriendo que la
reunión se celebrara en el nuevo hotel de turismo. Esta invitación fue recibida
con entusiasmo por la concurrencia y en medio de la euforia nadie – y tampoco
el hotelero—consideró el pequeño detalle sobre el pago de esta comida.
Pronto
todo fue alegre confusión ante el advenimiento de la democracia y nadie parecía
dispuesto a oponerse al entusiasmo general. Hubo algunos comerciantes que
invitaron a celebrar brindis con cerveza y esto pareció despertar una
competencia entre quienes expresaban mejor su adhesión al nuevo gobierno.
Vino
y cerveza para la democracia
Al
caer la noche unas cuarenta personas trataban de acomodarse en las mesas que
había dispuesto el concesionario del hotel. En vez de comida se sirvieron
sandwiches y una austera picada, pero en cambio hubo vino y cerveza repartidos
con generosidad. En ese momento,, el capitán Videla ofreció brindis sucesivos,
por la Patria, por la libertad, la democracia, por el pueblo y por la Virgen,
que todos corearon con fervor.
En
un aparte celebrado por quienes encabezaban la mesa, el capitán hizo notar que
era necesario contar con algo de dinero en efectivo, porque en el
Municipio había una cantidad de fondos que no alcanzarían para los
primeros gastos del nuevo gobierno municipal. Esto se solucionaría apenas
asumieran los nuevos mandantes en Posadas y giraran las partidas correspondientes.
Era el momento de que cada uno adoptara una decisión patriótica, explicó Videla,
y para dar el ejemplo sacó de su bolsillo unos billetes y los colocó en una
caja de cartón, instando a que todos siguieran su ejemplo. Nadie quiso quedarse
atrás, había que ser generoso con la nueva instancia democrática, señalaron
varios de los oradores que hicieron culminar la reunión con fogosas proclamas.
Antes
de cerrar el festejo, el capitán pidió que a primera hora del día siguiente se
le facilitara el traslado para presentar su informe a las nuevas autoridades
que asumieran en la capital de la provincia. “Diré que acá todo está arreglado
y que hay pleno apoyo a la revolución democrática”, aseguró, para tranquilizar
a los concurrentes.
Así
hizo el capitán Videla, que partió al salir el sol para recorrer los caminos de
tierra que llevaban hacia Posadas. Pero nada más se supo de él ni de los fondos
que llevaba en la caja de cartón donde se depositó la recaudación. En medio de
la confusión que imperaba en todo el país el fugaz mandatario del recién
“liberado” Puerto Iguazú desapareció y nunca más se supo
sobre su persona o el dinero aportado..
Cuando
pasaron varios días y en el pueblo se comenzó a tomar conciencia de la estafa,
nadie quiso reconocer que había aportado para la causa del “capitán Videla”.
Las
polillas no saben nadar (del
diario de viaje)
Bajo
los gruñidos desaprobatorios del viejo Ismael (“Esta hangada debía ser atada
con isipó, una liana que al ser cortada muestra un núcleo dibujado en cruz”,
rezongaba) una grúa del taller del Parque alza y coloca los troncos de la
recién armada balsa sobre un trailer que el tractor va remolcando hacia la
rampa del puerto.
Es
domingo 29 de enero y luego de varios días de lluvia, cuando nos acercamos al
agua del río mucha gente se va aproximando al muelle para ver la botadura de la
balsa. Varios voluntarios se prestan para ayudarnos a bajar la almadía hasta el
nivel del agua. Cuando queda flotando y nos aprestamos a subir a bordo, muchos
aplauden y gritan, a lo que contestamos con gestos de nuestros brazos. Según un
cálculo que hice en base a la densidad de la madera –tres troncos de timbó, uno
de cedro y otro de madera no identificada—yo había previsto que la madera
flotaría hasta la mitad de su volumen.
Así
ocurrió. Hasta que nos subimos a bordo. Entonces, con pequeños pero nutridos
burbujeos, la balsa comenzó a hundirse bajo nuestro peso hasta quedar
semisumergida, pero bajo el nivel del agua. Las polillas de la madera habían
hecho bien su trabajo, imperceptible desde el exterior.
Entre
la concurrencia hubo risas, bromas y algún abucheo, pero pronto la gente se
alejó, llevándose su decepción. En cambio, la nuestra (la decepción) quedó
allí, flotando apenas nos bajamos de la balsa.
Decidimos
aumentar la flotabilidad con gruesas cañas de bambú, pero estas también estaban
apolilladas y solucionaron muy poco del problema
Un
Prefecto enemigo
Entonces
se produce un cambio en la actitud del Prefecto y, como no puede oponerse a las
órdenes escritas por sus superiores de la Capital de prestarnos todo el apoyo
posible, comienza a obstaculizarnos el trámite de la partida. Dice (y tiene
razón) que esta balsa no será maniobrable y que seríamos un obstáculo para la
navegación de otros barcos, ya que resultaremos incapaces de movilizar esta
precaria armazón. También nos exige que construyamos una cabina o refugio para
el sol y la lluvia.
Además
nos reclama aprobar un examen de remo en unos pesados botes, condición que
apenas satisfacemos por nuestra debilidad y por la poca aptitud que tenemos
como remeros. Desde uno de los muelles el oficial nos grita la orden de salida
y con evidente mala voluntad nos toma el tiempo a los gritos. Luego nos pide
que aprobemos un examen de natación tras una zambullida desde uno de los
muelles del puerto. Cuando aceptamos realizarlo hay una condición que nos hace
dudar, ya que el salto deberá hacerse desde 18 metros.
Toto jugando al pirata en una barcaza amarrada al puerto con su ojo vendado por la picadura. Abajo, los oficiales de la Prefectura: Joaquín Neyra, (el jefe, a la izquierda) y Clodomiro Dos Santos |
El
Prefecto nos advierte sonriendo que si nunca realizamos un salto de tanta
magnitud no nos convendrá arriesgarnos a sufrir un traumatismo por el choque
contra las aguas. Yo lo más que había saltado desde un trampolín fueron unos
seis metros desde lo alto a una de las piletas de Ezeiza por lo que,
cuando subimos hasta el muelle de hormigón, quedé estupefacto por la gran
altura que había hasta el agua.. Desde allí estábamos más alto que los mástiles
de las barcazas amarradas.
Desesperados,
con Toto nos estimulamos con palabras trémulas. Si lo intentábamos sentados, al
caer podríamos descolocarnos las caderas. La cosa entonces era correr hasta el
borde sin mirar hacia abajo y luego zambullirnos manteniendo nuestras manos y
brazos juntos delante de la cabeza, para penetrar mejor en el agua. Este
Prefecto imbécil no podría más que nuestra animosa voluntad. Algunos marineros
se asomaron por la borda de los buques para vernos saltar.. .
Desde
lo alto nuestro horizonte es el borde de la plataforma de hormigón. Más abajo
se aprecian las arboledas que marginan al río Iguazú y los cascos de dos
barcos, al costado de donde nos zambulliremos. Jactanciosos pero trémulos, nos
damos la mano y correteamos hasta el borde del vacío, donde saltamos dando la
curva de una zambullida para caer verticales, con manos y brazos extendidos
hacia abajo.
Un verdadero y desesperado salto al vacío, con los cascos de las barcazas muy abajo. |
Siempre
recuerdo esa sensación de estar cayendo en una distancia altísima, tan larga
que parecía inacabable. Esto me hizo cometer un error, pues abrí los ojos
(porque no me parecía real que aún no hubiera llegado a entrar en el agua) al
caer desde el punto de partida, allá arriba y atrás en fracciones de segundo.
Iba cayendo y alcancé a ver que todavía me
faltaba tiempo para tocar el líquido
transparente donde flotaban varios
Luego de la zambullida y con tremendo susto emergemos de la profundidad, mientras vemos los cascos de barcos flotando en el agua transparente. |
esos
grandes barcos, al costado de donde caíamos. Sorprendido, exhalé el aire
que había llenado mis pulmones antes de saltar, y cuando entré en la
profundidad, comprobé que mi impulso me seguía hundiendo, sin que pudiera
concretar mis esfuerzos para volver a salir a la superficie. Aterrado,
abrí los ojos bajo el agua, ya sin aliento y alcancé a ver muy arriba, demasiado
arriba, los grandes cascos que flotaban en el líquido transparente. Con
frenéticas manotadas por fin pude recuperarme y asomarme al aire que me
reviviría. Muy cerca, afloró la cabeza chorreante de Toto, desorbitado y dando
bocanadas, como yo.
Héroe
ignorado del Río de la Plata
El
relato de nuestros saltos se corrió por el pueblo, quizá adornado por otras
fantasías populares. Siempre había chicos y muchachos observando nuestro
trabajo sobre la balsa, todavía en pañales. Una tarde advertí que cada
movimiento mío era seguido con un interés especial por nuestros espectadores. Y
cuando yo a veces me metía en el agua para refrescarme del intenso calor, todos
gritaban y algunos aplaudían. Al comentarle esto a mi amigo, él se sonrió y me
dijo: “Ah, es una broma que le hice a la gente diciéndole que vos sos un
campeón olímpico y que cruzaste el Río de la Plata nadando con una sola mano”.
Uh,
esto me complicó la vida, porque ahora todos se la pasaban observándome y, cada
vez que me metía en el agua hasta la rodilla para seguir trabajando sobre la
armazón de troncos, comenzaban a aplaudirme: “¡Déle, don, nádese un
poquito!” A mí, que apenas podía dar unas brazadas tipo perro.
Ladrones
de gallinas
Otro
problema serio era el hambre. Mate cocido, tereré, mandioca y arroz en mínimas
raciones eran los ingredientes de nuestro menú cotidiano, y esto nos provocaba
mucha debilidad y cierta avitaminosis. Un atardecer estábamos en la galería de
la Prefectura y , de pronto, verificamos que en la parte trasera del
edificio había muchos pollos y gallinas sueltos, que pertenecían evidentemente
al personal de la Prefectura, ya que no había otras casas en las cercanías.
Con
un cajón de frutas, un palito y un largo hilo, armamos una trampa en la que
usamos como cebo algunas migas de nuestras galletas. Disimulando, para que el
marinero de guardia no nos descubra, sostenemos tenso el fino cordel de una
línea para pescar (estamos a cien metros del agua) y vamos arrojando las migas
para que formen una hilera hasta debajo del cajón, inclinado y sostenido así
por el palo. Tras algunos intentos frustrados, por fin conseguimos apresar una
de las aves. Calladamente la mantuvimos allí hasta que comenzó a oscurecer.
No
teníamos experiencia en robar gallinas pero la desesperación nos orientó. Yo
metí una mano bajo el cajón y tuve suerte de aferrar el cogote del ave antes
que lanzara algún cacareo. Apretándola, me dirigí a las letrinas de la
dependencia naval manteniéndola contra mi cuerpo y bajo la camisa. Cerré la
puerta del sanitario y transpirando por los nervios y el calor, la sacudí y
retorcí su cuerpo hasta matarla, como había visto alguna vez Luego, y
mientras los piojos me caminaban por los brazos, procedí a arrancarle como pude
las plumas más grandes de las alas y la cola, que arrojé al pozo de la letrina.
Me
duché con la rudimentaria regadera que estaba colocada de una madera (las
letrinas no tenían techo) y enjuagué el cuerpo aún tibio del ave, que
llevé al cuarto donde esperaba mi compañero. Entonces procedimos a abrir
nuestra captura, limpiando por primera vez (nunca lo habíamos hecho) las
vísceras de nuestra presa. Recorté los menudos, hígado, corazón y panza, para
aprovecharlos. Muy hervida y recocida, esta desprevenida gallina (que
habíamos robado a la misma autoridad policial de la frontera) nos sirvió para
enriquecer nuestra exigua alimentación.
Por
otro lado, la balsa ya estaba lista. Hicimos un atado con cañas de bambú que
utilizaríamos más adelante para armar un tinglado y sobre ellas colocamos una
bolsa grande de polietileno para mantener protegidas en un atado algunas
prendas. Pero el Prefecto no parecía dispuesto a autorizar nuestra salida. Por
chimentos de los marineros supimos que esperaba desalentarnos para hacernos
regresar a Posadas en alguno de los buques que zarparan con ese destino.
Planeando
la fuga
“La
suerte está echada”, dijimos entonces, muy dramáticamente. Deberíamos escapar como
pudiéramos y lo más pronto posible. Calculamos que lo mejor sería partir a
primera hora de la siesta, pues hasta que este funcionario se levantara al
atardecer, contaríamos con cuatro o cinco horas antes que descubriera nuestra
huída.
Así
lo hicimos. Con dos tablitas de un cajón de fruta nos fabricamos unas pequeñas
paletas o remos, compramos carnaza que cortamos en trozos y los salamos
(así tendríamos charque al secarlo al sol) y un gran ananá. Teníamos solamente un
cuchillo de caza, buenas cartas de navegación, una brujulita de plástico,
fósforos y una linterna, todo nuestro equipamiento.
Entonces
comenzaría verdaderamente nuestra aventura.
Oscar
Fernandez Real
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(Próxima nota: Huimos de la Prefectura en un submarino de troncos)
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