N. del R.: por algo que escuché hoy (3 de enero del 2013) en radio La Folklórica
me ocupé de buscar fuentes –principalmente Wikipedia—y escribí el siguiente
resumen sobre un personaje poco conocido, inclusive por los mismos pobladores
del Oeste bonaerense.
EN 1820, PLENA ANARQUÍA POLÍTICA Y ADMINISTRATIVA, UN
ESTANCIERO LOGRO ESTABLECER CERCA DE MAR DEL PLATA UNA COMUNIDAD UTÓPICA Y FLORECIENTE DONDE TODOS CONVIVÍAN SIN ARMAS, CON AMOR Y RESPETO. LOS INDIOS LO QUERÍAN TANTO QUE CUANDO EL GOBIERNO PORTEÑO, QUE LO HABÍA APRESADO, NO
AUTORIZABA SU ENTIERRO DIGNO, SECUESTRARON SU CADÁVER Y LO ENTERRARON EN LUGAR
SECRETO –AUN HOY– PARA QUE NADIE PROFANARA SUS RESTOS.
Una
historia de utopías y perfidias políticas
Francisco Ramos Mejía
Fue un pionero
de la actual La Matanza, uno de los primeros hacendados argentinos, ferviente
actor de la Revolución de Mayo y destacado defensor de las poblaciones aborígenes. Participó brevemente de la
política criolla y de la firma del Tratado
de Miraflores entre el gobierno y las tribus pampas, pero su condena al gobierno
porteño por la violación de ese tratado motivó su detención y aislamiento en
una de sus estancias. Defendió una postura religiosa personal lo que le valió
ser considerado por las autoridades católicas como un hereje.
Francisco Hermógenes
Ramos Mejía Ross (“Mexía” según la
antigua grafía) nació en Buenos
Aires el 11 de
diciembre de 1773, en una
familia de buen linaje pero escasa fortuna. Completó luego sus estudios en Chuquisaca,
donde en 1801 fue nombrado Juez del departamento de La Paz. El territorio (hoy boliviano) contaba
con una numerosa población indígena sometida al régimen de la “mita”, lo que
le permitió conocer el trato del aborigen y probablemente formar su percepción
de la cuestión indígena que marcaría su vida.
En La Paz el 5 de mayo de 1804 se casó con María Antonia de Segurola y
Roxas, de 15 años de edad, hija uno de
los principales represores del movimiento de Túpac
Amaru. Su esposa aportó una rica dote y con ella, en 1806 ,
vendieron sus bienes y se trasladaron a Buenos Aires, haciendo la larga y lenta
travesía desde el Alto Perú acompañados por ayudantes y 200 esclavos, transportando una fortuna en plata y oro
amonedado. En 1808 adquirió una
chacra de seis mil hectáreas en La Matanza, entre
cuyos límites se hallaba lo que hoy
constituye la ciudad de Ramos
Mejía.
Pionero del desarrollo
agropecuario
La
chacra contaba con potreros cercados –aún
no existían los alambrados-- con tapias de tierra revestidas por ambos lados
con tunas de penca, lo que dio lugar al nombre posterior de "Los
Tapiales". Allí también se efectuaron las primeras plantaciones de lino, así
como cultivos de olivares y 100 hectáreas de nogales. El
terreno adquirido también incluía un amplio caserón situado frente a lo que hoy
es la autopista a Ezeiza. En los campos de la chacra ya se habían extinguido
los caballos y vaquerías de ganado abandonados por los primeros conquistadores españoles por lo que Ramos Mejía acrecentó su ganado y registró una marca propia.
En la zona ya no había incursiones de
aborígenes, pero aún se recordaba que en 1740
los pampas habían llegado hasta
La Matanza. Parte de la chacra estaba atravesada por el Camino Real, que llevaba a la Guardia de Luján y de allí a Chile o al Perú, Otro importante camino que cruzaba la
chacra a poca distancia era el que hoy
se denomina Avenida Gaona, antiguo "Camino de Gauna". Tras la paz
acordada en 1790 por el virrey De Loreto había relativa tranquilidad en la zona y la revolución no cambió esta situación,
pues estaba ocupada en las guerras para asegurar su independencia.
Una insólita operación
inmobiliaria
En 1811, tras un
desacuerdo, Ramos Mejía dejó su puesto en el Cabildo y en compañía de algunos
pocos hombres se internó tras el Salado hasta el actual Partido de Maipú, al sur
de Dolores, donde
compró 64 leguas cuadradas de tierras a los indios pampas en 10000 pesos fuertes, algo inusual para la época pues
además les permitía vivir con sus tolderías en dicho territorio.
Ubicación de Los Miraflores |
Utopía hecha realidad
Ramos Mejía estableció sólo algunas
reglas de convivencia para quienes habitaran sus tierras, que eran conocidas
por estos como "la Ley de Ramos". Una de las primeras prohibiciones
que estableció fue la del uso de armas.
El 10 de agosto de 1814 presentó al Director
Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio de Posadas, un plan
para poblar pacíficamente la pampa llevando adelante una acción civilizadora y
por completo prescindente del empleo de la fuerza militar. A los indígenas le
enseñaba algunos principios de moral cristiana, pero no propiamente de doctrina católica ortodoxa, y los sábados dirigía un servicio
religioso. Esto, y la falta de imágenes sagradas, su
interpretación personal de la Biblia, sumado
al rumor de que bendecía las uniones ilegítimas de los indios fue generando
creciente alarma entre otros hacendados y las autoridades religiosas de Buenos
Aires.
Recién en 1819 Ramos Mejía pudo adquirir el derecho de
propiedad al gobierno de una extensión
de terreno de 250.000 hectáreas. Juan Manuel de Rosas se opuso en esa ocasión a la venta, pues sospechaba la connivencia de Ramos Mejía con
los malones,
Miraflores se convirtió en buena medida en
una verdadera colectividad utópica por la que abogaba se fundador y la
experiencia era exitosa, pues aunque los indios tenían libertad de irse en
cualquier momento la población afincada en paz aumentaba sin cesar, el robo fue
erradicado y la estancia daba ganancias. Juan Manuel de Rosas, también
conocedor de las poblaciones indígenas, defendía en cambio una política dual:
de negociación y relación paternalista con caciques amigos a la par que ejercía
el enfrentamiento y sometimiento con los adversarios.
La influencia de la Iglesia
católica
Ramos Mejía estaba muy interesado en la obra
del jesuita chileno Manuel Lacunza, cuya obra copió a mano (aún con algunas
disidencias) y fue editada en cuatro tomos publicados en Londres en 1816 por el general Manuel
Belgrano. Ante indicios
que Ramos Mejía compartía muchas de las
perspectivas de los reformadores protestantes,
el gobierno porteño encargó al padre Valentín Gómez una
investigación. Sin embargo, su análisis
determinó que daba por comprobada sólo
la acusación de no haber santificado el día sábado a la vez que manifestaba no
tener suficientes indicios para dar por cierto el otro cargo de realizar casamientos sacrílegos. Pese a
esto y atendiendo a otros rumores, se constituyeron argumentos suficientes para
que fuera considerado hereje, por lo que el entonces ministro de gobierno Bernardino Rivadavia le dictó una severa advertencia.
Inmerso en una crisis civil sin
precedentes – la época de la “anarquía”--, a principios de 1820 el gobierno
buscó un acuerdo con los indígenas de las sierras de Tandil que le
permitiese asegurar esa frontera. Cuando las propuestas llegaron a las tribus,
estas decidieron que Francisco Ramos Mejía actuara como su representante en las
negociaciones.
El Tratado de Miraflores
Con ese objeto el estanciero presentó al
gobernador Martín Rodríguez unas
"Pautas de convivencia pacífica entre blancos e indios" que
serían reconocidas en el posterior Tratado de Miraflores, que si bien reconocía la situación existente
planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Así, el artículo 4° del texto del tratado reconocía como nueva línea de frontera las
tierras ocupadas por los estancieros, pero estos debían permitir a los
indígenas el libre paso por sus tierras. El artículo 5° obligaba a los indios a
devolver la hacienda robada, pero los blancos debían respetar los bienes de
aquellos. Ramos Mejía se negó a suscribir un par de puntos, como el de que el
indio debía ajusticiar a los blancos huidos a su territorio.
Pero tras firmarse el tratado que debía
ratificar la paz existente la situación se deterioró rápidamente en todos los
aspectos. Francisco Ramos Mejía ya había sido denunciado como hereje y su
afinidad con los indios era considerada sospechosa. Por añadidura, en otros
frentes la descomposición política del régimen rioplatense y la incursión del
líder chileno José Miguel Carrera desde
el Sudoeste favorecieron nuevas incursiones de las tribus.
En
un tiempo incierto y pocos meses después de la firma del tratado, el 27 de
noviembre de 1820, un malón azotó la localidad de Lobos dejando alrededor de cien víctimas incluyendo
al jefe del fortín. Ante la indignación
pública por los malones, el gobernador Martín Rodríguez dispuso una expedición
contra los indios que atacaban las poblaciones de la frontera. Los indios desautorizaron
a los agresores y enviaron luego una embajada manifestando deseos de someterse,
para lo que solicitaban un parlamento. Abiertas las negociaciones, Rodríguez devolvió
a los indígenas los prisioneros y sus rebaños, quedando los caciques en
presentarse en pocos días.
La traición del gobierno blanco
Los indios pidieron parlamentar y se
acordó una reunión cerca de una laguna, conocida desde entonces como laguna de la Perfidia, donde
los delegados indígenas fueron asesinados.
Ante lo que consideraba una violación flagrante del Pacto de Miraflores por el
Gobierno, Ramos Mejía protestó enérgicamente:
En el fuerte de Kaquel Huincul el gobernador Rodríguez ordenó que fueran
detenidos todos los indios que trabajaban en la Estancia de Miraflores,
acusándolos de ser espías de las tribus que realizaban los malones, y dispuso que
Francisco Ramos Mejía se presentara a la ciudad de Buenos Aires para responder
a la acusación de preferir la amistad de los indígenas a la de sus
conciudadanos así como de trabajar en
contra de la religión oficial.
Al ejecutarse la orden hubo un intento de
resistencia pero Ramos Mejía convenció a los indígenas que marcharan pacíficamente,
comprometiéndose a dirigirse al fuerte para hablar con el gobernador y resolver
la situación. Al presentarse al día siguiente en el fuerte porteño, Rodríguez
le comunicó que no sólo los indios no serían liberados sino que él debía
abandonar de inmediato su estancia y quedarse detenido en la capital. Entretanto,
su esposa María Antonia y sus hijos fueron encerrados en una carreta rumbo a
Buenos Aires, mientras que Francisco Ramos Mejía fue trasladado esposado a
caballo, de manera infame. Iniciado el traslado, en las cercanías del mismo fuerte
Ramos Mejía vio a la vera del camino los cadáveres degollados de ochenta indios
de sus tierras. Al presentar su
protesta se le contestó que durante la marcha se había producido un intento de resistencia que debió ser
sofocado. La “ley de la fuga” ya existía por entonces.
Acusaciones sin pruebas
No
se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus
tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera. De
hecho, en su informe del 4 de febrero de 1821, el capitán Ramón Lara le informó
al gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia había encontrado
sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con evidente falta de
uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente no ya para las
actividades de que eran acusados sino para una supuesta defensa de cualquier
estancia en lo que era zona de frontera. Otro jefe enviado, Cornell, afirmaría que la incursión fue un fracaso que "... no produjo ésta mayores
resultados, si no al contrario más disposición en los indios para hacernos la
guerra y no poca por haber traído preso con el mismo ejército a Don Francisco
Ramos Mejía y toda la tribu de indios
pacíficos que tenían sus tolderías en su estancia Miraflores."1
En efecto, el ataque injustificado
provocó que las tribus que se habían mantenido hasta ese entonces en paz por
voluntad, costumbre y en respeto de lo establecido en el Pacto de Miraflores se
alzaran también contra las poblaciones de la frontera.
Solidaridad india con el preso
Ramos Mejía permaneció recluido en su
chacra de Los Tapiales y no volvió jamás a Miraflores. Tal como sucediera en su
vieja estancia, numerosos pampas fueron congregándose y estableciendo sus
tolderías en torno a su nuevo hogar. Víctima de una epidemia, murió el 5 de
mayo de 1828, también
apenado y entristecido por el fallecimiento de dos de sus hijos a causa de la
peste. Tenía 54 años.
El mismo día de su muerte, su familia
inicio los trámites para poder sepultarlo en el parque de la chacra de Los
Tapiales. Pasaron dos días esperando el consentimiento para la inhumación
mientras el cuerpo de Francisco Ramos Mejía continuaba en una de las salas de
la chacra. Al tercero entraron a la sala ocho indios, tomaron el féretro y lo
depositaron sobre una carreta. Fuera del casco de la estancia los esperaban
varios indios que formando un cortejo siguieron a la carreta. Tras cruzar el
Río Matanzas se perdieron en el desierto y nunca se supo el lugar exacto en el
que fue enterrado.
La herencia perdida
La chacra quedó en manos de su viuda,
María Antonia Segurola. Gobernaba la provincia el coronel Manuel
Dorrego quien
sería fusilado el 13 de diciembre de 1828 por el general Juan
Lavalle, sobrino de Francisco. Tras la derrota de Puente Márquez, Lavalle
acampó en Los Tapiales, donde permaneció durante varios meses del año 1829. De
allí partió tiempo después a visitar secretamente el campamento de Rosas, en la
actual localidad de Virrey Del Pino.
Los hijos de Ramos Mejía, Matías,
Ezequiel y Francisco y sus yernos, los maridos de Magdalena y Marta Ramos
Mejía, Isaías de Elía Álzaga y Francisco Bernabé Madero, estuvieron
luego entre los principales dirigentes del alzamiento de los Libres
del Sur en
Dolores, lo que determinó la confiscación por Rosas de la chacra. Los cinco
rebeldes acompañaron a Lavalle en su retirada hacia el norte tras la derrota
sufrida en Quebracho Herrado.
Francisco fue muerto en Córdoba y, tras la muerte de Lavalle el 9 de octubre de 1841 en Jujuy, los
restantes continuaron a Bolivia trasladando sus restos y partiendo al exilio.
Tras la caída de Rosas, los Ramos Mejía recuperaron sus propiedades. De sus
nietos destacan Francisco, célebre historiador y jurista, y José María Ramos Mejía (1842-1914), famoso sociólogo y psiquiatra.
Su chacra de Los Tapiales fue declarada
monumento histórico en el año 1942 y en 1968 fue expropiada para levantar en la
zona el Mercado Central de Buenos Aires. Dentro de sus límites se preserva hoy
el casco de la chacra, que puede visitarse con ciertas limitaciones.
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