miércoles, 8 de enero de 2014

LA UTOPÍA DE RAMOS MEJÍA

N. del R.: por algo que escuché hoy (3 de enero del 2013) en radio La Folklórica me ocupé de buscar fuentes –principalmente Wikipedia—y escribí el siguiente resumen sobre un personaje poco conocido, inclusive por los mismos pobladores del Oeste bonaerense.


EN 1820, PLENA ANARQUÍA POLÍTICA Y ADMINISTRATIVA,  UN ESTANCIERO LOGRO ESTABLECER CERCA DE MAR DEL PLATA UNA COMUNIDAD UTÓPICA Y FLORECIENTE DONDE TODOS CONVIVÍAN SIN ARMAS, CON AMOR Y RESPETO. LOS INDIOS LO QUERÍAN TANTO QUE CUANDO EL GOBIERNO PORTEÑO, QUE LO HABÍA APRESADO, NO AUTORIZABA SU ENTIERRO DIGNO, SECUESTRARON SU CADÁVER Y LO ENTERRARON EN LUGAR SECRETO –AUN HOY PARA QUE NADIE PROFANARA SUS RESTOS.

Una historia de utopías y perfidias políticas
Francisco Ramos Mejía
     Fue un pionero de la actual La Matanza, uno de los primeros hacendados argentinos, ferviente actor de la Revolución de Mayo  y  destacado defensor de las poblaciones aborígenes. Participó brevemente de la política criolla  y de la firma del Tratado de Miraflores entre el gobierno y las tribus pampas, pero su condena al gobierno porteño por la violación de ese tratado motivó su detención y aislamiento en una de sus estancias. Defendió una postura religiosa personal lo que le valió ser considerado por las autoridades católicas como un hereje.
     Francisco Hermógenes Ramos Mejía Ross  (“Mexía” según la antigua grafía) nació en Buenos Aires el 11 de diciembre de 1773, en una familia de buen linaje pero escasa fortuna. Completó luego sus estudios en Chuquisaca, donde en 1801 fue nombrado Juez del departamento de La Paz. El territorio (hoy boliviano) contaba con una numerosa población indígena sometida al régimen de la “mita”, lo que le permitió conocer el trato del aborigen y probablemente formar su percepción de la cuestión indígena que marcaría su vida.
     En La Paz el 5 de mayo de 1804 se casó con María Antonia de Segurola y Roxas, de 15 años de edad, hija  uno de los principales represores del movimiento de Túpac Amaru. Su esposa aportó una rica dote y con ella, en 1806 , vendieron sus bienes y se trasladaron a Buenos Aires, haciendo la larga y lenta travesía desde el Alto Perú acompañados por ayudantes y 200 esclavos,  transportando una fortuna en plata y oro amonedado. En 1808 adquirió una chacra de seis mil hectáreas en La Matanza,  entre cuyos  límites se hallaba lo que hoy constituye la ciudad de Ramos Mejía.

Pionero del desarrollo agropecuario
      La chacra contaba con  potreros cercados –aún no existían los alambrados-- con tapias de tierra revestidas por ambos lados con tunas de penca, lo que  dio lugar al nombre posterior de "Los Tapiales". Allí también se efectuaron las primeras plantaciones de lino, así como cultivos de olivares y 100 hectáreas de nogales. El terreno adquirido también incluía un amplio caserón situado frente a lo que hoy es la autopista a Ezeiza. En los campos de la chacra ya se habían extinguido los caballos y vaquerías de ganado abandonados  por los primeros conquistadores españoles  por lo que  Ramos Mejía  acrecentó su ganado  y registró una marca propia.
     En la zona ya no había incursiones de aborígenes, pero aún se recordaba que en 1740  los pampas habían llegado hasta  La Matanza. Parte de la chacra  estaba atravesada por el Camino Real, que llevaba a la Guardia de Luján y de allí a Chile o al Perú, Otro importante camino que cruzaba la chacra a poca distancia  era el que hoy se denomina Avenida Gaona, antiguo  "Camino de Gauna". Tras la paz acordada en 1790  por el virrey De Loreto  había  relativa tranquilidad en la zona  y la revolución no cambió esta situación, pues estaba ocupada en las guerras para asegurar su independencia.  

Una insólita operación inmobiliaria
     En 1811, tras un desacuerdo, Ramos Mejía dejó su puesto en el Cabildo y en compañía de algunos pocos hombres se internó tras el Salado hasta el actual Partido de Maipú, al sur de Dolores, donde compró 64 leguas cuadradas de tierras a los indios pampas en 10000 pesos fuertes, algo  inusual para la época   pues además les permitía vivir con sus tolderías en dicho territorio.
Ubicación de Los Miraflores
       Allí los pobladores originarios aprendieron a sembrar utilizando el caballo para arar, cosecharon trigo, cebada y maíz, y plantaron árboles (cedros, robles, castaños y frutales). El excedente de lo que producían se vendía en Buenos Aires y su producto les pertenecía. Los aborígenes podían abandonar la hacienda en cualquier momento, ninguna servidumbre los ataba a la tierra o a su dueño. Por otro lado, aquellos que preferían no asentarse tenían garantizado el libre y pacífico tránsito por Miraflores.

Utopía hecha realidad
      Ramos Mejía estableció sólo algunas reglas de convivencia para quienes habitaran sus tierras, que eran conocidas por estos como "la Ley de Ramos". Una de las primeras prohibiciones que estableció fue la del uso de armas.
     El 10 de agosto de 1814 presentó al Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata,  Gervasio Antonio de Posadas, un plan para poblar pacíficamente la pampa llevando adelante una acción civilizadora y por completo prescindente del empleo de la fuerza militar. A los indígenas le enseñaba algunos principios de moral cristiana, pero no propiamente de doctrina católica ortodoxa, y los sábados dirigía un servicio religioso. Esto, y la falta de imágenes sagradas, su interpretación personal de la Biblia, sumado al rumor de que bendecía las uniones ilegítimas de los indios fue generando creciente alarma entre otros hacendados y las autoridades religiosas de Buenos Aires.
  
Las Provincias Unidas en 1816.
  
      Recién en 1819 Ramos Mejía pudo adquirir el derecho de propiedad al gobierno  de una extensión de terreno de 250.000 hectáreas. Juan Manuel de Rosas se opuso en esa ocasión a la venta, pues  sospechaba la connivencia de Ramos Mejía con los malones,
     Miraflores se convirtió en buena medida en una verdadera colectividad utópica por la que abogaba se fundador y la experiencia era exitosa, pues aunque los indios tenían libertad de irse en cualquier momento la población afincada en paz aumentaba sin cesar, el robo fue erradicado y la estancia daba ganancias. Juan Manuel de Rosas, también conocedor de las poblaciones indígenas, defendía en cambio una política dual: de negociación y relación paternalista con caciques amigos a la par que ejercía el enfrentamiento y sometimiento con los adversarios.

La influencia de la Iglesia católica
     Ramos Mejía estaba muy interesado en la obra del jesuita chileno Manuel Lacunza, cuya obra copió a mano (aún con algunas disidencias)  y fue editada  en cuatro tomos publicados en Londres en 1816 por el general Manuel Belgrano.   Ante indicios  que Ramos Mejía compartía muchas de las perspectivas de los reformadores protestantes, el gobierno porteño  encargó  al padre Valentín Gómez una investigación.  Sin embargo, su análisis determinó  que daba por comprobada sólo la acusación de no haber santificado el día sábado a la vez que manifestaba no tener suficientes indicios para dar por cierto el otro cargo  de realizar casamientos sacrílegos. Pese a esto y atendiendo a otros rumores, se constituyeron argumentos suficientes para que fuera considerado hereje, por lo que el entonces ministro de gobierno Bernardino Rivadavia le  dictó una severa advertencia.
      Inmerso en una crisis civil sin precedentes – la época de la “anarquía”--, a principios de 1820 el gobierno buscó un acuerdo con los indígenas de las sierras de Tandil que le permitiese asegurar esa frontera. Cuando las propuestas llegaron a las tribus, estas decidieron que Francisco Ramos Mejía actuara como su representante en las negociaciones.
    
El Tratado de Miraflores
     Con ese objeto el estanciero presentó al gobernador Martín Rodríguez unas "Pautas de convivencia pacífica entre blancos e indios" que serían reconocidas en el posterior Tratado de Miraflores,  que si bien reconocía la situación existente planteaba una relativa reciprocidad en las concesiones. Así, el artículo 4° del texto del tratado reconocía como nueva línea de frontera las tierras ocupadas por los estancieros, pero estos debían permitir a los indígenas el libre paso por sus tierras. El artículo 5° obligaba a los indios a devolver la hacienda robada, pero los blancos debían respetar los bienes de aquellos. Ramos Mejía se negó a suscribir un par de puntos, como el de que el indio debía ajusticiar a los blancos huidos a su territorio.
     Pero tras firmarse el tratado que debía ratificar la paz existente la situación se deterioró rápidamente en todos los aspectos. Francisco Ramos Mejía ya había sido denunciado como hereje y su afinidad con los indios era considerada sospechosa. Por añadidura, en otros frentes la descomposición política del régimen rioplatense y la incursión del líder chileno José Miguel Carrera desde el Sudoeste favorecieron nuevas incursiones de las tribus.
      En un tiempo incierto y pocos meses después de la firma del tratado, el 27 de noviembre de 1820, un malón azotó la localidad de Lobos dejando alrededor de cien víctimas incluyendo al jefe del fortín.  Ante la indignación pública por los malones, el gobernador Martín Rodríguez dispuso una expedición contra los indios que atacaban las poblaciones de la frontera. Los indios desautorizaron a los agresores y enviaron luego una embajada manifestando deseos de someterse, para lo que solicitaban un parlamento. Abiertas las negociaciones, Rodríguez devolvió a los indígenas los prisioneros y sus rebaños, quedando los caciques en presentarse en pocos días.

La traición del gobierno blanco
      Los indios pidieron parlamentar y se acordó una reunión cerca de una laguna, conocida desde entonces como laguna de la Perfidia, donde los delegados indígenas  fueron asesinados. Ante lo que consideraba una violación flagrante del Pacto de Miraflores por el Gobierno, Ramos Mejía protestó enérgicamente:  En el fuerte de Kaquel Huincul el gobernador Rodríguez ordenó que fueran detenidos todos los indios que trabajaban en la Estancia de Miraflores, acusándolos de ser espías de las tribus que realizaban los malones, y dispuso que Francisco Ramos Mejía se presentara a la ciudad de Buenos Aires para responder a la acusación de preferir la amistad de los indígenas a la de sus conciudadanos así como  de trabajar en contra de la religión oficial.
     Al ejecutarse la orden hubo un intento de resistencia pero Ramos Mejía convenció a los indígenas que marcharan pacíficamente, comprometiéndose a dirigirse al fuerte para hablar con el gobernador y resolver la situación. Al presentarse al día siguiente en el fuerte porteño, Rodríguez le comunicó que no sólo los indios no serían liberados sino que él debía abandonar de inmediato su estancia y quedarse detenido en la capital. Entretanto, su esposa María Antonia y sus hijos fueron encerrados en una carreta rumbo a Buenos Aires, mientras que Francisco Ramos Mejía fue trasladado esposado a caballo, de manera infame. Iniciado el traslado, en las cercanías del mismo fuerte Ramos Mejía vio a la vera del camino los cadáveres degollados de ochenta indios de sus tierras.  Al presentar su protesta se le contestó que durante la marcha se había producido  un intento de resistencia que debió ser sofocado. La “ley de la fuga” ya existía por entonces.

Acusaciones sin pruebas
      No se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera. De hecho, en su informe del 4 de febrero de 1821, el capitán Ramón Lara le informó al gobernador que al allanar como se le ordenara la estancia había encontrado sólo seis fusiles, tres de ellos inútiles y los restantes con evidente falta de uso, lo que representaba un arsenal claramente insuficiente no ya para las actividades de que eran acusados sino para una supuesta defensa de cualquier estancia en lo que era zona de frontera.  Otro jefe enviado, Cornell,  afirmaría que la incursión fue un fracaso que "... no produjo ésta mayores resultados, si no al contrario más disposición en los indios para hacernos la guerra y no poca por haber traído preso con el mismo ejército a Don Francisco Ramos Mejía y  toda la tribu de indios pacíficos que tenían sus tolderías en su estancia Miraflores."1
      En efecto, el ataque injustificado provocó que las tribus que se habían mantenido hasta ese entonces en paz por voluntad, costumbre y en respeto de lo establecido en el Pacto de Miraflores se alzaran también contra las poblaciones de la frontera.

Solidaridad india con el preso
     Ramos Mejía permaneció recluido en su chacra de Los Tapiales y no volvió jamás a Miraflores. Tal como sucediera en su vieja estancia, numerosos pampas fueron congregándose y estableciendo sus tolderías en torno a su nuevo hogar. Víctima de una epidemia, murió el 5 de mayo de 1828, también apenado y entristecido por el fallecimiento de dos de sus hijos a causa de la peste. Tenía 54 años.
      El mismo día de su muerte, su familia inicio los trámites para poder sepultarlo en el parque de la chacra de Los Tapiales. Pasaron dos días esperando el consentimiento para la inhumación mientras el cuerpo de Francisco Ramos Mejía continuaba en una de las salas de la chacra. Al tercero entraron a la sala ocho indios, tomaron el féretro y lo depositaron sobre una carreta. Fuera del casco de la estancia los esperaban varios indios que formando un cortejo siguieron a la carreta. Tras cruzar el Río Matanzas se perdieron en el desierto y nunca se supo el lugar exacto en el que fue enterrado.

La herencia perdida
      La chacra quedó en manos de su viuda, María Antonia Segurola. Gobernaba la provincia el coronel Manuel Dorrego quien sería fusilado el 13 de diciembre de 1828 por el general Juan Lavalle, sobrino de Francisco. Tras la derrota de Puente Márquez, Lavalle acampó en Los Tapiales, donde permaneció durante varios meses del año 1829. De allí partió tiempo después a visitar secretamente el campamento de Rosas, en la actual localidad de Virrey Del Pino.
      Los hijos de Ramos Mejía, Matías, Ezequiel y Francisco y sus yernos, los maridos de Magdalena y Marta Ramos Mejía, Isaías de Elía Álzaga y Francisco Bernabé Madero, estuvieron luego entre los principales dirigentes del alzamiento de los Libres del Sur en Dolores, lo que determinó la confiscación por Rosas de la chacra. Los cinco rebeldes acompañaron a Lavalle en su retirada hacia el norte tras la derrota sufrida en Quebracho Herrado. Francisco fue muerto en Córdoba y, tras la muerte de Lavalle el 9 de octubre de 1841 en Jujuy, los restantes continuaron a Bolivia trasladando sus restos y partiendo al exilio. Tras la caída de Rosas, los Ramos Mejía recuperaron sus propiedades. De sus nietos destacan Francisco, célebre historiador y jurista, y José María Ramos Mejía (1842-1914), famoso sociólogo y psiquiatra.

      Su chacra de Los Tapiales fue declarada monumento histórico en el año 1942 y en 1968 fue expropiada para levantar en la zona el Mercado Central de Buenos Aires. Dentro de sus límites se preserva hoy el casco de la chacra, que puede visitarse con ciertas limitaciones.

No hay comentarios: